Los hechos increibles

EXPLIQUELO, SI PUEDE
Por GEORGE LANGELAAN
El autor de la presente nota es un antiguo oficial de inteligencia británico que actuó en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, después de la cual escribió sus experiencias, para dedicarse más tarde a investigar extraños hechos reales ocurridos en nuestro mundo, y nunca aclarados por la ciencia. Veremos ahora una síntesis de los artículos que Langelaan publicara en la desaparecida revista "Planeta", los cuales probablemente dejarán perplejo al más inc
Los hechos increibles

EXPLIQUELO, SI PUEDE
Por GEORGE LANGELAAN
El autor de la presente nota es un antiguo oficial de inteligencia británico que actuó en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, después de la cual escribió sus experiencias, para dedicarse más tarde a investigar extraños hechos reales ocurridos en nuestro mundo, y nunca aclarados por la ciencia. Veremos ahora una síntesis de los artículos que Langelaan publicara en la desaparecida revista "Planeta", los cuales probablemente dejarán perplejo al más incrédulo. Si usted tampoco cree, trate de explicarlos.

EL ENIGMA DEL EMBAJADOR

Una de las más extrañas, verdadero clásico del género, fue la de aquel diplomático británico, Benjamín Bathurst, llamado desde su puesto de embajador en la corte de Viena, y que enviaje a Londres desapareció ante las mismas narices de su criado y de una docena de personas más, el 25 de niviembre de 1809. Al llegar poco después de mediodía a Peleburg, pequeña aldea alemana, el embajador bajó de su carroza de viaje, para estirar las piernas y presenciar el cambio de caballos, los observaba con mirada de experto, frente al soleado albergue. Dio la vuelta alrededor del palafrenero que uncía los caballos, pasó por detrás de ellos... y desapareció!. En este sitio no había más que un muro liso, ninguna puerta ni matorral, nada..., pero el embajador de Gran Bretaña no estaba más. Tras un primer momento de comprensible estupor, todo el mundo se precipitó allí; mientras su criado abría la carroza, buscaba debajo y hasta el cofre de equipajes, los demás testigos corrieron en todas direcciones. El albergue, la caballeriza, las cacas vecinas; todos los alrededores fueron registrados, primero, por los testigos y quienes acudieron a sus llamados; luego por las autoridades y el ejército. El embajador Benjamín Bathurst parecía haber pasado a otra dimensión, sin que jamás se volvieran a encontrar rastros de él. Cuando se reconstruyó minuciosamente la escena, con los mismos testigos y los mismos caballos, se comprobó que pese a haber dado la vuelta alrededor del palafrenero y los caballos, Bathurts no había estado en ningún sitio oculto a la vista de dos o tres testigos, por lo menos.


EL GRANJERO DE TENNESSE (ESTADOS UNIDOS)

El 23 de setiembre de 1880, David Lang, granjero de los alrededores de Tennesse, desapareció en medio de un campo, a pleno Sol, cuando caminaba hacia su esposa y sus hijos que se encontraban a pocos metros de él, como así también a menos de cincuenta metros de la ruta, adonde llegaba en esos momentos, en coche, un amigo de la familia, el juez August Peck.
Los niños vieron al juez y a su padre, que levantó la mano, gritando:
- Hola Augusto!
Fueron sus últimas palabras, pues antes de bajar el brazo, desapareció.
La señora Lang lanzó un grito y se precipitó hacia el sitio donde había visto por última vez a su marido. El juez Peck llegó corriendo. La espesa niebla no ocultaba el menor agujero, no había arbusto ni árbol a menos de cincuenta metros.
Puesto sobre aviso, acudió todo el vecindario, y algunos hombres se dedicaron a sondear el terreno, llegando a perforarlo. Encontraron buena tierra y, dos metros más abajo, terreno calcáreo, pero ni el menor rastro de huecos ni de antiguas excavaciones.
En la primavera siguiente, Sarah, la hija del desdichado desaparecido, notó al cruzar el campo que no había sido tocado más que el punto exacto donde su padre había abandonado nuestro mundo tridimensional; que la hierba había quedado amarilla, formando una mancha redonda de tres metros de diámetro, mientras que por todas partes la hierba brotaba verde. Corrió a avidar a su madre y a unos vecinos, que no pudieron hacer otra cosa que verificar el hecho.

EL GRITO DE OLIVER THOMAS

He aquí ahora la historia de un niño que desapareció en pleno día, pero que de todos modos desapareció de manera inexplicable.
En las colinas cubiertas de nieve, unos kilómetros al sur de la pequeña aldea de Brecon, en el país de Gales, Owen Thomas, su familia y amigos del vecindario, se encontraban reunidos en la amplia cocina de su granja, durante la velada del 24 de diciembre de 1909. El ponche humeaba sobre la mesa grande; a su alrededor, los ojos de los niños que pudieron resistir al sueño, relucían cada vez, en la que la señora Thomas demostraba siempre ser una cocinera perfecta.
Alrededor del fuego estaban sentados el pastor del poblado vecino, el veterinario de esa localidad, el comisario de Brecon y sus familias; en total, unas quince personas.
Poco antes de las once de la noche, la señora Thomas pidió a su hijo Oliver, de once años de edad, que fuera hasta el pozo en busca de agua, y le entregó un balde de agua vacío. El niño se puso zapatones, pues fuera la nieve tenía unos diez centímetros de espesor. Hacía un momento que había dejado de caer, y comenzaban a brillar las estrellas. Su madre le envolvió el cuello con una bufanda, pues empezaba a helar. Oliver tomó el bald y salió. Nadie volvió jamás a verlo. Menos de diez segundos después de haber cerrado la puerta al salir, todos lo oyeron lanzar un alarido y luego gritar pidiendo socorro.
-Un lobo! -exclamo Owen Thomas, echando mano al fusil que colgaba sobre la chimenea, mientras el veterinario y el pastor llegaban a la puerta.
Otro granjero los siguió con una linterna. Fuera no vieron nada; pero quedaron helados de horror al oir los alaridos desesperados del pequeño Oliver en la noche, por encima de sus cabezas. El niño gritaba: -Me atraparon! Socorro! Socorro!
Los gritos y llamados continuaron durante casi un minuto, aunque disminuían de intensidad como si el niño subiera más y más...
-Vengan todos conmigo! -gritó el pastor, tomando la lámpara. -Sigamos las huellas del pequeño!
Las huellas, que eran normales, mostraban claramente que el niño se había dirigido hacia el pozo; pero cesaban bruscamente a unos veinte metros de la casa, como si Oliver hubiera sido arrancado de la tierra. A dos metros fue allado el balde, soltado por él.
Al alba llegaron los policías de Brecon. A pedido del pastor, se había trazado un amplio círculo alrededor de las huellas del niño desaparecido.
Desconfiados, los policías se encogieron de hombros y comenzaron por bajar al pozo. Inmediatamente registraron toda la casa y sus dependencias, y luego, los alrededores; pero fueron vanas sus búsquedas. Durante la investigación oficial, los testigos no pudieron sino repetir lo visto y oído por ellos.
Los casos sin explicación, nunca quedan realmente archivados por la policía inglesa, y el legajo de Oliver Thomas se encuentra todavía hoy, junto con una cantidad importante de legajos similares, en uno de los diecisiete armarios cuyas puertas metálicas están marcados con un pequeño signo de interrogación, en los nuevos edificios de Scotlan Yard.
Éstas son desapariciones relativamente simples, ya que existen otras aún más extrañas, si no misteriosas; desapariciones de grupos de personas y cosas. Veamos algunos ejemplos.

UNIDADES MILITARES DESAPARECIDAS

En 1907, en momentos en que el achiduque Carlos se aprestaba a invadir a España, 4.000 aguerridos hombres acamparon una tarde a orillas de un abismo pirenaico. Al alba del día siguiente levantaron campamento, y partieron a buen paso hacia la montaña. No solamente nadie volvió a verlos, sino que no se halló jamás el menor rastro de sus armas y bagajes.
A comienzos de la invasión a Cochinchina por Francia, en 1858, una unidad de 650 zuavos (1) que avanzaban arma al hombro a través de la extensa llanura, y a menos de veinte kilómetros de Saigón, desaparecieron sin haberse escuchado el menor disparo. En un momento dado estaban allí, en marcha, y de pronto se esfumaron. Otro grupo que los seguía a menos de dos kilómetros, no oyó nada ni descubrió el menor rastro de los 650 soldados.
Otro ejemplo, es el del 5º batallón del regimiento de Norfolk, que fuera declarado desaparecido en acción durante los combates librados en la península de Gallípoli (Turquía), el 21 de agosto de 1915. En esa fecha, dicho batallón había participado en un ataque de apoyo al cuerpo de los Anzac (2), que no lograba tomar un objetivo denominado La Colina 60, sita al sur de la bahía de Suvla, de cuyo combate no regresó ningún hombre. Así, lo primero que exigió Gran Bretaña de Turquía, cuando ésta capituló en 1918, fue la devolución de los prisioneros del 5º batallón del regimiento de Norfolk que tuviera en su poder. Pero los turcos jamás habían oído hablar de dicha unidad, ni habían tenido nunca entre sus prisioneros a ingleses que pertenecieran al mismo. Más aún: afiemaban no haber hecho un solo prisionero el 21 de agosto de 1915. Esta declaración no sorprendió a todos, pues no faltaban testigos de la desaparición del 5º de Norfolk, o al menos de lo que restaba (alrededor de 400 hombres) en el momento del ataque a la famosa Colina 60. He aquí lo que relata uno de dichos testigos, el zapador neocelandés F. Reichart:
"El día amaneció claro, sin una sola nube, a excepción, sin embargo, de seis u ocho nubes en forma de "pan" estacionadas por encima de la Colina 60. Se observó que pese a un viento del sur de seis o siete kilómetros por hora, dichas nubes no cambiaban de lugar ni de forma. De nuestro puesto, situado a una altura de alrededor de 500 pies (150 metros), a unos 300 (90 metros) de la Colina 60, podía verse otra nube de la misma forma, que parecía arrastrarse por el suelo. Podía tener unos 800 pies (240 metros) de largo, por 200 (60 metros) de altura. A poca distancia de la zona de combate, dicha nube parecía sumamente densa, casi sólida, y reflejaba la luz del Sol. Varios centenares de hombres del 5º de Norflk remontaban el lecho de un torrente seco que conducía hacia la Colina 60, en parte cubierta por esa nube. Se internaron en ella sin vacilar..., mas ninguno salió jamás para tomar posición y combatir sobre la famosa Colina 60. Cuando el último hombre hubo desaparecido, la nube se elevó lentamente como cualquier niebla; pero, conservando su forma, subió hasta la altura de las demás nubes. Entonces el conjunto de las nubes partió lentamente en dirección al norte. Sobre el terreno ya no quedaba ni un solo hombre, ningún arma... nada!"
(1) Zuavo: Soldado de infantería de origen argelino, que prestaba servicio en el ejército colonial de Francia, y que vestía el uniforme típico de los mismos.
(2) Ansac: Cuerpo de ejército de las fuerzas británicas, de origen australiano y neocelandés.

UN PROBLEMA DE LA POLICIA MONTADA

¿Qué decir, también, de ese poblado esquimal cuyos habitantes desaparecieron todos un buen día, para no reaparecer jamás en este mundo? Una mañana de noviembre de 1930, cuando el frío comenzaba a ser más intenso en todo el Gran Norte canadiense, Joe Labelle y sus perros llegaron a la vista de una aldea esquimal que conocía bien, a orillas del lago Angikuni, en las proximidades del paralelo 70 y a unos 300 kilómetros al oeste de la bahía de Hudson. A excepción de algunas pieles agitadas por el viento proveniente del lago ya helado, nada se movía en la aldea; ningún perro ladraba, ninguna humareda ascendía hacia el cielo gris pizarra.
Joe Labelle pasó una hora buscando huellas, alguna indicación de lo hubiera podido ocurrirles a los esquimales. Sobre los fuegos apagados estaban todavía suspendidas las ollas con alimentos helados. Pero el desorden parecía normal; no había ninguna señal de preparativos de partida. En una carpa de piel a medio confeccionar, que tenían todavía dentro la aguja de hueso y el ovillo de cuero que probablemente una mujer había dejado tranquilamente, antes de salir de la carpa. Sólo los kayacs, desplazados por el viento y despanzurrados por piedras a orillas del lago, parecían indicar que la partida databa ya de cierto tiempo. Joe Labelle llamó a sus perros con un silbido, y tomó la larga ruta hacia el fuerte Churchill, 800 kilómetros al sur, donde hallaría un puesto de la famosa Policía Montada del Canadá.
Los policías regresaron con él al sitio en cuestión y pasaron varios días buscando el menor indicio. Descubrieron las armas de los esquimales intactas en sus carpas, y así el misterio se volvió más profundo, pues para un esquimal su fusil es todo, dado que, prácticamente, no lo abandona jamás. Trineos, raquetas para nieve, todo estaba en su sitio. Por consiguiente, todos, hombres, mujeres y niños, habían partido a pie. Al principio se creyó que habían llebado consigo a sus perros; pero al tercer día, uno de los policías los descubrió bajo un montículo de nieve. Sujetos a estacas, después de haberse devorado mutuamente, los perros habían muerto de hambre.
Bajo otros túmulos, donde desde hacía largos años los esquimales de aquella aldea enterraban a sus muertos, se encontraron rastros de excavaciones, pero ningún esqueleto, los cadáveres habían sido llebados.
Finalmente, los policías situaron el misterioso suceso hacia principios del inviero. En las ollas colgadas todavía sobre los fuegos apagados, hallaron ciertas moras que se ponen a cocer en esa época en el Gran Norte.
¿Por qué aquellos hombres y mujeres, alrededor de una cincuentena, habían salido todos una mañana de sus carpas? ¿Por qué habían partido todos sin llevarse ropas, alimentos, armas; lo cual, a principios del invierno en el Gran Norte, equivale a un suicidio? ¿Por qué habían desenterrado a sus muertos, o quién los había desenterrado?
Es conocida la reputación de tenacidad de la Policía Montada canadiense. Interrogaron a todos los esquimales de la zona, alertaron a todos los tramperos, enviaron agentes sobre millares de kilómetros de nieve y hielo. Unos nadadores sondearon incluso las heladas aguas del lago Ankuni, a orillas del poblado, pese a que la presencia de los kayacs demostraban muy bien que los esquimales no habían partido por agua. No se halló jamás el menor rastro, y, finalmente el legajo de este caso permanece abierto en el cuartel general de la Policía Montada, puesto que no ha sido solucionado.

LOS MISTERIOS DEL "SKY - TRAP"

Cuando un barco o un avión desaparecen, por misterioso y extraño que esto parezca, se puede imaginar siempre un accidente, una caída brutal. Pero cuando, sistemáticamente, aviones o naves desaparecen en determinadas zonas, determinados sectores o rincones del mundo, entonces uno se estremece y piensa en otra cosa.
Por ejemplo, hay un sector del océano Atlantico, en las proximidades de las costas norteamericanas, donde día y noche navegan numerosos barcos y vuelan aviones, y donde, más o menos regularmente, barcos y aviones desaparecen sin dejar el menor rastro. Esta sky - rap, como le dicen los investigadores norteamericanos (trampa en el cielo), se sitúa grosso modo en el triángulo Florida - Bermudas - Haití. He aquí algunos ejemplos de desapariciones de aviones.
La que tuvo mayor repercución, puesto que se trataba no de uno, sino de cinco aparatos perfectamente equipados, que pudieron ser seguidos y escuchados por radio, fue la desaparición de los cinco bombarderos - torpederos Avengers de la aviación naval norteamericana.
El 5 de diciembre de 1945, cinco Avengers despegaron de la base de Fuerte Lauderdale, en Florida, para un vuelo de entrenamiento de unas dos horas. Los pilotos debían alejarse hacia el este unas 160 millas, remontar al norte una cuarentena de millas, para luego regresar a su base. Se trataba de un vuelo normal de entrenamiento, que los pilotos conocían bien, por haberlo hecho a menudo, y que con buen tiempo no ofrecía la menor dificultad, en razón de que siempre estaban a la vista de la costa de las islas vecinas.
Uno de los aparatos llevaba dos hombres a bordo; los otros cuatro, su tripulación normal de tres hombres. Todos se hallaban equipados con los más recientes aparatos de radio y de navegación, y, además, todas las tripulaciones eran expertas.
A las 14.2 el primer avión se elevó en el aire, y seis minutos más tarde, los cinco aparatos se alejaban en formación, a una velocidad de crucero de 450 kilómetros por hora.
A las 15.45, cuando en el camino de regreso los pilotos y navegantes hubieran debido iniciar normalmente el procedimiento de llegada, la base de radio recibió un mensaje urgente del comandante de la escuadrilla; un mensaje radiofónico que fue grabado inmediatamente, y que de cuando en cuando los expertos suelen escuchar todavía hoy... El comandante decía: -No vemos la tierra... No podemos estar seguros de nuestra posición...
Fue un estupor inmediato. No solamnete reinaba buen tiempo, sin viento apreciable, sino que la visibilidad era perfecta; no solamante el comandante hablaba de manera extraña, sino que no seguía ninguna de las instrucciones de procedimiento que, sin embargo, conocía tan bien. Tan fácilmente habría podido pedir un punto fijo. ¿Cómo explicar que los otros cuatro navegantes tampoco pudieran establecerlo?
La base, y luego los demás puestos alertados, llamaron en vano a los cinco aviones; desde varios puntos fue posible escuchar cómo conversaban entre ellos, planteándose preguntas extrañas, incluso absurdas. También fue en vano que la radiogoniometría (similar al sistema GPS actual, pero en esa época se realizaba triangulando estaciones radiales) intentara fijar su posición.
Lo más extraño se produjo un poco más tarde, cuando en sus puestos de escucha los oficiales radiotelegrafistas oyeron que el comandante de la patrulla de los cinco aviones pasaba su comando a otro. A las 16.25 se registró el último mensaje de uno de los pilotos, que decía:
-No sabemos exactamente dónde nos encontramos... El mar es extraño... Estamos alrededor de 225 millas al nordeste de nuestra base... Parece que estamos... Después el silencio.
En los minutos que siguieron, se desencadenó el alerta general, y un gran hidroavión Martin, con todo un equipo de salvataje y una tripulación de trece hombres despegó rumbo al mar. Menos de diez minutos más tarde, no respondía a los llamados de la radio; había también desaparecido.
El portaviones Solomons, que se encontraba en esa zona, intervino lanzando todos sus aviones en condiciones de despegar. En menos de veinticuatro horas, más de cien naves y 300 aviones recorrían el océano. El tiempo era constantemente bueno, y en nada dificultaba las búsquedas, que duraron más de dos semanas, sin el menor resultado.
No se encontraron restos de ninguna clase. Reunidos durante varias semanas, los expertos de la comisión de investigaciones no lograron descubrir la menor razón que pudiera haber impedido a cinco pilotos lanzar un SOS, así fuera en el último segundo. Jamás se supo lo que pudo haber ocurrido al gran hidroavión de auxilio, que tan fácilmente hubiera podido posarse en el agua. ¿Por qué ninguno de sus aviadores saltó en paracaídas?
El informe de la comisión de investigaciones concluía, después de solamente una larga enumeración de preguntas: "No somos ni siquiera capaces de adivinar lo que realmente ha ocurrido".
Usted, estimado lector, ¿tiene alguna explicación para estos hechos?

rédulo. Si usted tampoco cree, trate de explicarlos.

EL ENIGMA DEL EMBAJADOR

Una de las más extrañas, verdadero clásico del género, fue la de aquel diplomático británico, Benjamín Bathurst, llamado desde su puesto de embajador en la corte de Viena, y que enviaje a Londres desapareció ante las mismas narices de su criado y de una docena de personas más, el 25 de niviembre de 1809. Al llegar poco después de mediodía a Peleburg, pequeña aldea alemana, el embajador bajó de su carroza de viaje, para estirar las piernas y presenciar el cambio de caballos, los observaba con mirada de experto, frente al soleado albergue. Dio la vuelta alrededor del palafrenero que uncía los caballos, pasó por detrás de ellos... y desapareció!. En este sitio no había más que un muro liso, ninguna puerta ni matorral, nada..., pero el embajador de Gran Bretaña no estaba más. Tras un primer momento de comprensible estupor, todo el mundo se precipitó allí; mientras su criado abría la carroza, buscaba debajo y hasta el cofre de equipajes, los demás testigos corrieron en todas direcciones. El albergue, la caballeriza, las cacas vecinas; todos los alrededores fueron registrados, primero, por los testigos y quienes acudieron a sus llamados; luego por las autoridades y el ejército. El embajador Benjamín Bathurst parecía haber pasado a otra dimensión, sin que jamás se volvieran a encontrar rastros de él. Cuando se reconstruyó minuciosamente la escena, con los mismos testigos y los mismos caballos, se comprobó que pese a haber dado la vuelta alrededor del palafrenero y los caballos, Bathurts no había estado en ningún sitio oculto a la vista de dos o tres testigos, por lo menos.


EL GRANJERO DE TENNESSE (ESTADOS UNIDOS)

El 23 de setiembre de 1880, David Lang, granjero de los alrededores de Tennesse, desapareció en medio de un campo, a pleno Sol, cuando caminaba hacia su esposa y sus hijos que se encontraban a pocos metros de él, como así también a menos de cincuenta metros de la ruta, adonde llegaba en esos momentos, en coche, un amigo de la familia, el juez August Peck.
Los niños vieron al juez y a su padre, que levantó la mano, gritando:
- Hola Augusto!
Fueron sus últimas palabras, pues antes de bajar el brazo, desapareció.
La señora Lang lanzó un grito y se precipitó hacia el sitio donde había visto por última vez a su marido. El juez Peck llegó corriendo. La espesa niebla no ocultaba el menor agujero, no había arbusto ni árbol a menos de cincuenta metros.
Puesto sobre aviso, acudió todo el vecindario, y algunos hombres se dedicaron a sondear el terreno, llegando a perforarlo. Encontraron buena tierra y, dos metros más abajo, terreno calcáreo, pero ni el menor rastro de huecos ni de antiguas excavaciones.
En la primavera siguiente, Sarah, la hija del desdichado desaparecido, notó al cruzar el campo que no había sido tocado más que el punto exacto donde su padre había abandonado nuestro mundo tridimensional; que la hierba había quedado amarilla, formando una mancha redonda de tres metros de diámetro, mientras que por todas partes la hierba brotaba verde. Corrió a avidar a su madre y a unos vecinos, que no pudieron hacer otra cosa que verificar el hecho.

EL GRITO DE OLIVER THOMAS

He aquí ahora la historia de un niño que desapareció en pleno día, pero que de todos modos desapareció de manera inexplicable.
En las colinas cubiertas de nieve, unos kilómetros al sur de la pequeña aldea de Brecon, en el país de Gales, Owen Thomas, su familia y amigos del vecindario, se encontraban reunidos en la amplia cocina de su granja, durante la velada del 24 de diciembre de 1909. El ponche humeaba sobre la mesa grande; a su alrededor, los ojos de los niños que pudieron resistir al sueño, relucían cada vez, en la que la señora Thomas demostraba siempre ser una cocinera perfecta.
Alrededor del fuego estaban sentados el pastor del poblado vecino, el veterinario de esa localidad, el comisario de Brecon y sus familias; en total, unas quince personas.
Poco antes de las once de la noche, la señora Thomas pidió a su hijo Oliver, de once años de edad, que fuera hasta el pozo en busca de agua, y le entregó un balde de agua vacío. El niño se puso zapatones, pues fuera la nieve tenía unos diez centímetros de espesor. Hacía un momento que había dejado de caer, y comenzaban a brillar las estrellas. Su madre le envolvió el cuello con una bufanda, pues empezaba a helar. Oliver tomó el bald y salió. Nadie volvió jamás a verlo. Menos de diez segundos después de haber cerrado la puerta al salir, todos lo oyeron lanzar un alarido y luego gritar pidiendo socorro.
-Un lobo! -exclamo Owen Thomas, echando mano al fusil que colgaba sobre la chimenea, mientras el veterinario y el pastor llegaban a la puerta.
Otro granjero los siguió con una linterna. Fuera no vieron nada; pero quedaron helados de horror al oir los alaridos desesperados del pequeño Oliver en la noche, por encima de sus cabezas. El niño gritaba: -Me atraparon! Socorro! Socorro!
Los gritos y llamados continuaron durante casi un minuto, aunque disminuían de intensidad como si el niño subiera más y más...
-Vengan todos conmigo! -gritó el pastor, tomando la lámpara. -Sigamos las huellas del pequeño!
Las huellas, que eran normales, mostraban claramente que el niño se había dirigido hacia el pozo; pero cesaban bruscamente a unos veinte metros de la casa, como si Oliver hubiera sido arrancado de la tierra. A dos metros fue allado el balde, soltado por él.
Al alba llegaron los policías de Brecon. A pedido del pastor, se había trazado un amplio círculo alrededor de las huellas del niño desaparecido.
Desconfiados, los policías se encogieron de hombros y comenzaron por bajar al pozo. Inmediatamente registraron toda la casa y sus dependencias, y luego, los alrededores; pero fueron vanas sus búsquedas. Durante la investigación oficial, los testigos no pudieron sino repetir lo visto y oído por ellos.
Los casos sin explicación, nunca quedan realmente archivados por la policía inglesa, y el legajo de Oliver Thomas se encuentra todavía hoy, junto con una cantidad importante de legajos similares, en uno de los diecisiete armarios cuyas puertas metálicas están marcados con un pequeño signo de interrogación, en los nuevos edificios de Scotlan Yard.
Éstas son desapariciones relativamente simples, ya que existen otras aún más extrañas, si no misteriosas; desapariciones de grupos de personas y cosas. Veamos algunos ejemplos.

UNIDADES MILITARES DESAPARECIDAS

En 1907, en momentos en que el achiduque Carlos se aprestaba a invadir a España, 4.000 aguerridos hombres acamparon una tarde a orillas de un abismo pirenaico. Al alba del día siguiente levantaron campamento, y partieron a buen paso hacia la montaña. No solamente nadie volvió a verlos, sino que no se halló jamás el menor rastro de sus armas y bagajes.
A comienzos de la invasión a Cochinchina por Francia, en 1858, una unidad de 650 zuavos (1) que avanzaban arma al hombro a través de la extensa llanura, y a menos de veinte kilómetros de Saigón, desaparecieron sin haberse escuchado el menor disparo. En un momento dado estaban allí, en marcha, y de pronto se esfumaron. Otro grupo que los seguía a menos de dos kilómetros, no oyó nada ni descubrió el menor rastro de los 650 soldados.
Otro ejemplo, es el del 5º batallón del regimiento de Norfolk, que fuera declarado desaparecido en acción durante los combates librados en la península de Gallípoli (Turquía), el 21 de agosto de 1915. En esa fecha, dicho batallón había participado en un ataque de apoyo al cuerpo de los Anzac (2), que no lograba tomar un objetivo denominado La Colina 60, sita al sur de la bahía de Suvla, de cuyo combate no regresó ningún hombre. Así, lo primero que exigió Gran Bretaña de Turquía, cuando ésta capituló en 1918, fue la devolución de los prisioneros del 5º batallón del regimiento de Norfolk que tuviera en su poder. Pero los turcos jamás habían oído hablar de dicha unidad, ni habían tenido nunca entre sus prisioneros a ingleses que pertenecieran al mismo. Más aún: afiemaban no haber hecho un solo prisionero el 21 de agosto de 1915. Esta declaración no sorprendió a todos, pues no faltaban testigos de la desaparición del 5º de Norfolk, o al menos de lo que restaba (alrededor de 400 hombres) en el momento del ataque a la famosa Colina 60. He aquí lo que relata uno de dichos testigos, el zapador neocelandés F. Reichart:
"El día amaneció claro, sin una sola nube, a excepción, sin embargo, de seis u ocho nubes en forma de "pan" estacionadas por encima de la Colina 60. Se observó que pese a un viento del sur de seis o siete kilómetros por hora, dichas nubes no cambiaban de lugar ni de forma. De nuestro puesto, situado a una altura de alrededor de 500 pies (150 metros), a unos 300 (90 metros) de la Colina 60, podía verse otra nube de la misma forma, que parecía arrastrarse por el suelo. Podía tener unos 800 pies (240 metros) de largo, por 200 (60 metros) de altura. A poca distancia de la zona de combate, dicha nube parecía sumamente densa, casi sólida, y reflejaba la luz del Sol. Varios centenares de hombres del 5º de Norflk remontaban el lecho de un torrente seco que conducía hacia la Colina 60, en parte cubierta por esa nube. Se internaron en ella sin vacilar..., mas ninguno salió jamás para tomar posición y combatir sobre la famosa Colina 60. Cuando el último hombre hubo desaparecido, la nube se elevó lentamente como cualquier niebla; pero, conservando su forma, subió hasta la altura de las demás nubes. Entonces el conjunto de las nubes partió lentamente en dirección al norte. Sobre el terreno ya no quedaba ni un solo hombre, ningún arma... nada!"
(1) Zuavo: Soldado de infantería de origen argelino, que prestaba servicio en el ejército colonial de Francia, y que vestía el uniforme típico de los mismos.
(2) Ansac: Cuerpo de ejército de las fuerzas británicas, de origen australiano y neocelandés.

UN PROBLEMA DE LA POLICIA MONTADA

¿Qué decir, también, de ese poblado esquimal cuyos habitantes desaparecieron todos un buen día, para no reaparecer jamás en este mundo? Una mañana de noviembre de 1930, cuando el frío comenzaba a ser más intenso en todo el Gran Norte canadiense, Joe Labelle y sus perros llegaron a la vista de una aldea esquimal que conocía bien, a orillas del lago Angikuni, en las proximidades del paralelo 70 y a unos 300 kilómetros al oeste de la bahía de Hudson. A excepción de algunas pieles agitadas por el viento proveniente del lago ya helado, nada se movía en la aldea; ningún perro ladraba, ninguna humareda ascendía hacia el cielo gris pizarra.
Joe Labelle pasó una hora buscando huellas, alguna indicación de lo hubiera podido ocurrirles a los esquimales. Sobre los fuegos apagados estaban todavía suspendidas las ollas con alimentos helados. Pero el desorden parecía normal; no había ninguna señal de preparativos de partida. En una carpa de piel a medio confeccionar, que tenían todavía dentro la aguja de hueso y el ovillo de cuero que probablemente una mujer había dejado tranquilamente, antes de salir de la carpa. Sólo los kayacs, desplazados por el viento y despanzurrados por piedras a orillas del lago, parecían indicar que la partida databa ya de cierto tiempo. Joe Labelle llamó a sus perros con un silbido, y tomó la larga ruta hacia el fuerte Churchill, 800 kilómetros al sur, donde hallaría un puesto de la famosa Policía Montada del Canadá.
Los policías regresaron con él al sitio en cuestión y pasaron varios días buscando el menor indicio. Descubrieron las armas de los esquimales intactas en sus carpas, y así el misterio se volvió más profundo, pues para un esquimal su fusil es todo, dado que, prácticamente, no lo abandona jamás. Trineos, raquetas para nieve, todo estaba en su sitio. Por consiguiente, todos, hombres, mujeres y niños, habían partido a pie. Al principio se creyó que habían llebado consigo a sus perros; pero al tercer día, uno de los policías los descubrió bajo un montículo de nieve. Sujetos a estacas, después de haberse devorado mutuamente, los perros habían muerto de hambre.
Bajo otros túmulos, donde desde hacía largos años los esquimales de aquella aldea enterraban a sus muertos, se encontraron rastros de excavaciones, pero ningún esqueleto, los cadáveres habían sido llebados.
Finalmente, los policías situaron el misterioso suceso hacia principios del inviero. En las ollas colgadas todavía sobre los fuegos apagados, hallaron ciertas moras que se ponen a cocer en esa época en el Gran Norte.
¿Por qué aquellos hombres y mujeres, alrededor de una cincuentena, habían salido todos una mañana de sus carpas? ¿Por qué habían partido todos sin llevarse ropas, alimentos, armas; lo cual, a principios del invierno en el Gran Norte, equivale a un suicidio? ¿Por qué habían desenterrado a sus muertos, o quién los había desenterrado?
Es conocida la reputación de tenacidad de la Policía Montada canadiense. Interrogaron a todos los esquimales de la zona, alertaron a todos los tramperos, enviaron agentes sobre millares de kilómetros de nieve y hielo. Unos nadadores sondearon incluso las heladas aguas del lago Ankuni, a orillas del poblado, pese a que la presencia de los kayacs demostraban muy bien que los esquimales no habían partido por agua. No se halló jamás el menor rastro, y, finalmente el legajo de este caso permanece abierto en el cuartel general de la Policía Montada, puesto que no ha sido solucionado.

LOS MISTERIOS DEL "SKY - TRAP"

Cuando un barco o un avión desaparecen, por misterioso y extraño que esto parezca, se puede imaginar siempre un accidente, una caída brutal. Pero cuando, sistemáticamente, aviones o naves desaparecen en determinadas zonas, determinados sectores o rincones del mundo, entonces uno se estremece y piensa en otra cosa.
Por ejemplo, hay un sector del océano Atlantico, en las proximidades de las costas norteamericanas, donde día y noche navegan numerosos barcos y vuelan aviones, y donde, más o menos regularmente, barcos y aviones desaparecen sin dejar el menor rastro. Esta sky - rap, como le dicen los investigadores norteamericanos (trampa en el cielo), se sitúa grosso modo en el triángulo Florida - Bermudas - Haití. He aquí algunos ejemplos de desapariciones de aviones.
La que tuvo mayor repercución, puesto que se trataba no de uno, sino de cinco aparatos perfectamente equipados, que pudieron ser seguidos y escuchados por radio, fue la desaparición de los cinco bombarderos - torpederos Avengers de la aviación naval norteamericana.
El 5 de diciembre de 1945, cinco Avengers despegaron de la base de Fuerte Lauderdale, en Florida, para un vuelo de entrenamiento de unas dos horas. Los pilotos debían alejarse hacia el este unas 160 millas, remontar al norte una cuarentena de millas, para luego regresar a su base. Se trataba de un vuelo normal de entrenamiento, que los pilotos conocían bien, por haberlo hecho a menudo, y que con buen tiempo no ofrecía la menor dificultad, en razón de que siempre estaban a la vista de la costa de las islas vecinas.
Uno de los aparatos llevaba dos hombres a bordo; los otros cuatro, su tripulación normal de tres hombres. Todos se hallaban equipados con los más recientes aparatos de radio y de navegación, y, además, todas las tripulaciones eran expertas.
A las 14.2 el primer avión se elevó en el aire, y seis minutos más tarde, los cinco aparatos se alejaban en formación, a una velocidad de crucero de 450 kilómetros por hora.
A las 15.45, cuando en el camino de regreso los pilotos y navegantes hubieran debido iniciar normalmente el procedimiento de llegada, la base de radio recibió un mensaje urgente del comandante de la escuadrilla; un mensaje radiofónico que fue grabado inmediatamente, y que de cuando en cuando los expertos suelen escuchar todavía hoy... El comandante decía: -No vemos la tierra... No podemos estar seguros de nuestra posición...
Fue un estupor inmediato. No solamnete reinaba buen tiempo, sin viento apreciable, sino que la visibilidad era perfecta; no solamante el comandante hablaba de manera extraña, sino que no seguía ninguna de las instrucciones de procedimiento que, sin embargo, conocía tan bien. Tan fácilmente habría podido pedir un punto fijo. ¿Cómo explicar que los otros cuatro navegantes tampoco pudieran establecerlo?
La base, y luego los demás puestos alertados, llamaron en vano a los cinco aviones; desde varios puntos fue posible escuchar cómo conversaban entre ellos, planteándose preguntas extrañas, incluso absurdas. También fue en vano que la radiogoniometría (similar al sistema GPS actual, pero en esa época se realizaba triangulando estaciones radiales) intentara fijar su posición.
Lo más extraño se produjo un poco más tarde, cuando en sus puestos de escucha los oficiales radiotelegrafistas oyeron que el comandante de la patrulla de los cinco aviones pasaba su comando a otro. A las 16.25 se registró el último mensaje de uno de los pilotos, que decía:
-No sabemos exactamente dónde nos encontramos... El mar es extraño... Estamos alrededor de 225 millas al nordeste de nuestra base... Parece que estamos... Después el silencio.
En los minutos que siguieron, se desencadenó el alerta general, y un gran hidroavión Martin, con todo un equipo de salvataje y una tripulación de trece hombres despegó rumbo al mar. Menos de diez minutos más tarde, no respondía a los llamados de la radio; había también desaparecido.
El portaviones Solomons, que se encontraba en esa zona, intervino lanzando todos sus aviones en condiciones de despegar. En menos de veinticuatro horas, más de cien naves y 300 aviones recorrían el océano. El tiempo era constantemente bueno, y en nada dificultaba las búsquedas, que duraron más de dos semanas, sin el menor resultado.
No se encontraron restos de ninguna clase. Reunidos durante varias semanas, los expertos de la comisión de investigaciones no lograron descubrir la menor razón que pudiera haber impedido a cinco pilotos lanzar un SOS, así fuera en el último segundo. Jamás se supo lo que pudo haber ocurrido al gran hidroavión de auxilio, que tan fácilmente hubiera podido posarse en el agua. ¿Por qué ninguno de sus aviadores saltó en paracaídas?
El informe de la comisión de investigaciones concluía, después de solamente una larga enumeración de preguntas: "No somos ni siquiera capaces de adivinar lo que realmente ha ocurrido".
Usted, estimado lector, ¿tiene alguna explicación para estos hechos?

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