Los hechos
increibles
|
EXPLIQUELO, SI PUEDE
Por GEORGE LANGELAAN
El
autor de la presente nota es un antiguo oficial de inteligencia
británico que actuó en Francia durante la Segunda Guerra Mundial,
después de la cual escribió sus experiencias, para dedicarse más tarde a
investigar extraños hechos reales ocurridos en nuestro mundo, y nunca
aclarados por la ciencia. Veremos ahora una síntesis de los artículos
que Langelaan publicara en la desaparecida revista "Planeta", los cuales
probablemente dejarán perplejo al más inc
Los hechos
increibles
|
EXPLIQUELO, SI PUEDE
Por GEORGE LANGELAAN
El
autor de la presente nota es un antiguo oficial de inteligencia
británico que actuó en Francia durante la Segunda Guerra Mundial,
después de la cual escribió sus experiencias, para dedicarse más tarde a
investigar extraños hechos reales ocurridos en nuestro mundo, y nunca
aclarados por la ciencia. Veremos ahora una síntesis de los artículos
que Langelaan publicara en la desaparecida revista "Planeta", los cuales
probablemente dejarán perplejo al más incrédulo. Si usted tampoco cree,
trate de explicarlos.
EL ENIGMA DEL EMBAJADOR
Una
de las más extrañas, verdadero clásico del género, fue la de aquel
diplomático británico, Benjamín Bathurst, llamado desde su puesto de
embajador en la corte de Viena, y que enviaje a Londres desapareció ante
las mismas narices de su criado y de una docena de personas más, el 25
de niviembre de 1809. Al llegar poco después de mediodía a Peleburg,
pequeña aldea alemana, el embajador bajó de su carroza de viaje, para
estirar las piernas y presenciar el cambio de caballos, los observaba
con mirada de experto, frente al soleado albergue. Dio la vuelta
alrededor del palafrenero que uncía los caballos, pasó por detrás de
ellos... y desapareció!. En este sitio no había más que un muro liso,
ninguna puerta ni matorral, nada..., pero el embajador de Gran Bretaña
no estaba más. Tras un primer momento de comprensible estupor, todo el
mundo se precipitó allí; mientras su criado abría la carroza, buscaba
debajo y hasta el cofre de equipajes, los demás testigos corrieron en
todas direcciones. El albergue, la caballeriza, las cacas vecinas; todos
los alrededores fueron registrados, primero, por los testigos y quienes
acudieron a sus llamados; luego por las autoridades y el ejército. El
embajador Benjamín Bathurst parecía haber pasado a otra dimensión, sin
que jamás se volvieran a encontrar rastros de él. Cuando se reconstruyó
minuciosamente la escena, con los mismos testigos y los mismos caballos,
se comprobó que pese a haber dado la vuelta alrededor del palafrenero y
los caballos, Bathurts no había estado en ningún sitio oculto a la
vista de dos o tres testigos, por lo menos.
EL GRANJERO DE TENNESSE (ESTADOS UNIDOS)
El
23 de setiembre de 1880, David Lang, granjero de los alrededores de
Tennesse, desapareció en medio de un campo, a pleno Sol, cuando caminaba
hacia su esposa y sus hijos que se encontraban a pocos metros de él,
como así también a menos de cincuenta metros de la ruta, adonde llegaba
en esos momentos, en coche, un amigo de la familia, el juez August Peck.
Los niños vieron al juez y a su padre, que levantó la mano, gritando:
- Hola Augusto!
Fueron sus últimas palabras, pues antes de bajar el brazo, desapareció.
La
señora Lang lanzó un grito y se precipitó hacia el sitio donde había
visto por última vez a su marido. El juez Peck llegó corriendo. La
espesa niebla no ocultaba el menor agujero, no había arbusto ni árbol a
menos de cincuenta metros.
Puesto
sobre aviso, acudió todo el vecindario, y algunos hombres se dedicaron a
sondear el terreno, llegando a perforarlo. Encontraron buena tierra y,
dos metros más abajo, terreno calcáreo, pero ni el menor rastro de
huecos ni de antiguas excavaciones.
En la
primavera siguiente, Sarah, la hija del desdichado desaparecido, notó al
cruzar el campo que no había sido tocado más que el punto exacto donde
su padre había abandonado nuestro mundo tridimensional; que la hierba
había quedado amarilla, formando una mancha redonda de tres metros de
diámetro, mientras que por todas partes la hierba brotaba verde. Corrió a
avidar a su madre y a unos vecinos, que no pudieron hacer otra cosa que
verificar el hecho.
EL GRITO DE OLIVER THOMAS
He aquí ahora la historia de un niño que desapareció en pleno día, pero que de todos modos desapareció de manera inexplicable.
En las
colinas cubiertas de nieve, unos kilómetros al sur de la pequeña aldea
de Brecon, en el país de Gales, Owen Thomas, su familia y amigos del
vecindario, se encontraban reunidos en la amplia cocina de su granja,
durante la velada del 24 de diciembre de 1909. El ponche humeaba sobre
la mesa grande; a su alrededor, los ojos de los niños que pudieron
resistir al sueño, relucían cada vez, en la que la señora Thomas
demostraba siempre ser una cocinera perfecta.
Alrededor
del fuego estaban sentados el pastor del poblado vecino, el veterinario
de esa localidad, el comisario de Brecon y sus familias; en total, unas
quince personas.
Poco
antes de las once de la noche, la señora Thomas pidió a su hijo Oliver,
de once años de edad, que fuera hasta el pozo en busca de agua, y le
entregó un balde de agua vacío. El niño se puso zapatones, pues fuera la
nieve tenía unos diez centímetros de espesor. Hacía un momento que
había dejado de caer, y comenzaban a brillar las estrellas. Su madre le
envolvió el cuello con una bufanda, pues empezaba a helar. Oliver tomó
el bald y salió. Nadie volvió jamás a verlo. Menos de diez segundos
después de haber cerrado la puerta al salir, todos lo oyeron lanzar un
alarido y luego gritar pidiendo socorro.
-Un
lobo! -exclamo Owen Thomas, echando mano al fusil que colgaba sobre la
chimenea, mientras el veterinario y el pastor llegaban a la puerta.
Otro
granjero los siguió con una linterna. Fuera no vieron nada; pero
quedaron helados de horror al oir los alaridos desesperados del pequeño
Oliver en la noche, por encima de sus cabezas. El niño gritaba: -Me
atraparon! Socorro! Socorro!
Los gritos y llamados continuaron durante casi un minuto, aunque disminuían de intensidad como si el niño subiera más y más...
-Vengan todos conmigo! -gritó el pastor, tomando la lámpara. -Sigamos las huellas del pequeño!
Las
huellas, que eran normales, mostraban claramente que el niño se había
dirigido hacia el pozo; pero cesaban bruscamente a unos veinte metros de
la casa, como si Oliver hubiera sido arrancado de la tierra. A dos
metros fue allado el balde, soltado por él.
Al alba
llegaron los policías de Brecon. A pedido del pastor, se había trazado
un amplio círculo alrededor de las huellas del niño desaparecido.
Desconfiados,
los policías se encogieron de hombros y comenzaron por bajar al pozo.
Inmediatamente registraron toda la casa y sus dependencias, y luego, los
alrededores; pero fueron vanas sus búsquedas. Durante la investigación
oficial, los testigos no pudieron sino repetir lo visto y oído por
ellos.
Los
casos sin explicación, nunca quedan realmente archivados por la policía
inglesa, y el legajo de Oliver Thomas se encuentra todavía hoy, junto
con una cantidad importante de legajos similares, en uno de los
diecisiete armarios cuyas puertas metálicas están marcados con un
pequeño signo de interrogación, en los nuevos edificios de Scotlan Yard.
Éstas
son desapariciones relativamente simples, ya que existen otras aún más
extrañas, si no misteriosas; desapariciones de grupos de personas y
cosas. Veamos algunos ejemplos.
UNIDADES MILITARES DESAPARECIDAS
En
1907, en momentos en que el achiduque Carlos se aprestaba a invadir a
España, 4.000 aguerridos hombres acamparon una tarde a orillas de un
abismo pirenaico. Al alba del día siguiente levantaron campamento, y
partieron a buen paso hacia la montaña. No solamente nadie volvió a
verlos, sino que no se halló jamás el menor rastro de sus armas y
bagajes.
A comienzos de la invasión a Cochinchina por Francia, en 1858, una unidad de 650 zuavos (1)
que avanzaban arma al hombro a través de la extensa llanura, y a menos
de veinte kilómetros de Saigón, desaparecieron sin haberse escuchado el
menor disparo. En un momento dado estaban allí, en marcha, y de pronto
se esfumaron. Otro grupo que los seguía a menos de dos kilómetros, no
oyó nada ni descubrió el menor rastro de los 650 soldados.
Otro ejemplo, es el del 5º batallón del regimiento de Norfolk, que fuera declarado desaparecido
en acción durante los combates librados en la península de Gallípoli
(Turquía), el 21 de agosto de 1915. En esa fecha, dicho batallón había
participado en un ataque de apoyo al cuerpo de los Anzac (2), que no lograba tomar un objetivo denominado La Colina 60,
sita al sur de la bahía de Suvla, de cuyo combate no regresó ningún
hombre. Así, lo primero que exigió Gran Bretaña de Turquía, cuando ésta
capituló en 1918, fue la devolución de los prisioneros del 5º
batallón del regimiento de Norfolk que tuviera en su poder. Pero los
turcos jamás habían oído hablar de dicha unidad, ni habían tenido nunca
entre sus prisioneros a ingleses que pertenecieran al mismo. Más aún:
afiemaban no haber hecho un solo prisionero el 21 de agosto de 1915.
Esta declaración no sorprendió a todos, pues no faltaban testigos de la desaparición
del 5º de Norfolk, o al menos de lo que restaba (alrededor de
400 hombres) en el momento del ataque a la famosa Colina 60. He aquí lo
que relata uno de dichos testigos, el zapador neocelandés F. Reichart:
"El día
amaneció claro, sin una sola nube, a excepción, sin embargo, de seis u
ocho nubes en forma de "pan" estacionadas por encima de la Colina 60. Se
observó que pese a un viento del sur de seis o siete kilómetros por
hora, dichas nubes no cambiaban de lugar ni de forma. De nuestro puesto,
situado a una altura de alrededor de 500 pies (150 metros), a unos 300
(90 metros) de la Colina 60, podía verse otra nube de la misma forma,
que parecía arrastrarse por el suelo. Podía tener unos 800 pies (240
metros) de largo, por 200 (60 metros) de altura. A poca distancia de la
zona de combate, dicha nube parecía sumamente densa, casi sólida, y
reflejaba la luz del Sol. Varios centenares de hombres del 5º
de Norflk remontaban el lecho de un torrente seco que conducía hacia la
Colina 60, en parte cubierta por esa nube. Se internaron en ella sin
vacilar..., mas ninguno salió jamás para tomar posición y combatir sobre
la famosa Colina 60. Cuando el último hombre hubo desaparecido, la nube
se elevó lentamente como cualquier niebla; pero, conservando su forma,
subió hasta la altura de las demás nubes. Entonces el conjunto de las
nubes partió lentamente en dirección al norte. Sobre el terreno ya no
quedaba ni un solo hombre, ningún arma... nada!"
(1) Zuavo:
Soldado de infantería de origen argelino, que prestaba servicio en el
ejército colonial de Francia, y que vestía el uniforme típico de los
mismos.
(2) Ansac: Cuerpo de ejército de las fuerzas británicas, de origen australiano y neocelandés.
UN PROBLEMA DE LA POLICIA MONTADA
¿Qué
decir, también, de ese poblado esquimal cuyos habitantes desaparecieron
todos un buen día, para no reaparecer jamás en este mundo? Una mañana
de noviembre de 1930, cuando el frío comenzaba a ser más intenso en todo
el Gran Norte canadiense, Joe Labelle y sus perros llegaron a la vista
de una aldea esquimal que conocía bien, a orillas del lago Angikuni, en
las proximidades del paralelo 70 y a unos 300 kilómetros al oeste de la
bahía de Hudson. A excepción de algunas pieles agitadas por el viento
proveniente del lago ya helado, nada se movía en la aldea; ningún perro
ladraba, ninguna humareda ascendía hacia el cielo gris pizarra.
Joe
Labelle pasó una hora buscando huellas, alguna indicación de lo hubiera
podido ocurrirles a los esquimales. Sobre los fuegos apagados estaban
todavía suspendidas las ollas con alimentos helados. Pero el desorden
parecía normal; no había ninguna señal de preparativos de partida. En
una carpa de piel a medio confeccionar, que tenían todavía dentro la
aguja de hueso y el ovillo de cuero que probablemente una mujer había
dejado tranquilamente, antes de salir de la carpa. Sólo los kayacs,
desplazados por el viento y despanzurrados por piedras a orillas del
lago, parecían indicar que la partida databa ya de cierto tiempo. Joe
Labelle llamó a sus perros con un silbido, y tomó la larga ruta hacia el
fuerte Churchill, 800 kilómetros al sur, donde hallaría un puesto de la
famosa Policía Montada del Canadá.
Los
policías regresaron con él al sitio en cuestión y pasaron varios días
buscando el menor indicio. Descubrieron las armas de los esquimales
intactas en sus carpas, y así el misterio se volvió más profundo, pues
para un esquimal su fusil es todo, dado que, prácticamente, no lo
abandona jamás. Trineos, raquetas para nieve, todo estaba en su sitio.
Por consiguiente, todos, hombres, mujeres y niños, habían partido a pie.
Al principio se creyó que habían llebado consigo a sus perros; pero al
tercer día, uno de los policías los descubrió bajo un montículo de
nieve. Sujetos a estacas, después de haberse devorado mutuamente, los
perros habían muerto de hambre.
Bajo
otros túmulos, donde desde hacía largos años los esquimales de aquella
aldea enterraban a sus muertos, se encontraron rastros de excavaciones,
pero ningún esqueleto, los cadáveres habían sido llebados.
Finalmente,
los policías situaron el misterioso suceso hacia principios del
inviero. En las ollas colgadas todavía sobre los fuegos apagados,
hallaron ciertas moras que se ponen a cocer en esa época en el Gran
Norte.
¿Por
qué aquellos hombres y mujeres, alrededor de una cincuentena, habían
salido todos una mañana de sus carpas? ¿Por qué habían
partido todos sin llevarse ropas, alimentos, armas; lo cual, a
principios del invierno en el Gran Norte, equivale a un suicidio?
¿Por qué habían desenterrado a sus muertos, o quién los había
desenterrado?
Es
conocida la reputación de tenacidad de la Policía Montada canadiense.
Interrogaron a todos los esquimales de la zona, alertaron a todos los
tramperos, enviaron agentes sobre millares de kilómetros de nieve y
hielo. Unos nadadores sondearon incluso las heladas aguas del lago
Ankuni, a orillas del poblado, pese a que la presencia de los kayacs
demostraban muy bien que los esquimales no habían partido por agua. No
se halló jamás el menor rastro, y, finalmente el legajo de este caso
permanece abierto en el cuartel general de la Policía Montada, puesto que no ha sido solucionado.
LOS MISTERIOS DEL "SKY - TRAP"
Cuando
un barco o un avión desaparecen, por misterioso y extraño que esto
parezca, se puede imaginar siempre un accidente, una caída brutal. Pero
cuando, sistemáticamente, aviones o naves desaparecen en determinadas
zonas, determinados sectores o rincones del mundo, entonces uno se
estremece y piensa en otra cosa.
Por
ejemplo, hay un sector del océano Atlantico, en las proximidades de las
costas norteamericanas, donde día y noche navegan numerosos barcos y
vuelan aviones, y donde, más o menos regularmente, barcos y aviones
desaparecen sin dejar el menor rastro. Esta sky - rap, como le
dicen los investigadores norteamericanos (trampa en el cielo), se sitúa
grosso modo en el triángulo Florida - Bermudas - Haití. He aquí algunos
ejemplos de desapariciones de aviones.
La que
tuvo mayor repercución, puesto que se trataba no de uno, sino de cinco
aparatos perfectamente equipados, que pudieron ser seguidos y escuchados
por radio, fue la desaparición de los cinco bombarderos - torpederos Avengers de la aviación naval norteamericana.
El 5 de
diciembre de 1945, cinco Avengers despegaron de la base de Fuerte
Lauderdale, en Florida, para un vuelo de entrenamiento de unas dos
horas. Los pilotos debían alejarse hacia el este unas 160 millas,
remontar al norte una cuarentena de millas, para luego regresar a su
base. Se trataba de un vuelo normal de entrenamiento, que los pilotos
conocían bien, por haberlo hecho a menudo, y que con buen tiempo no
ofrecía la menor dificultad, en razón de que siempre estaban a la vista
de la costa de las islas vecinas.
Uno de
los aparatos llevaba dos hombres a bordo; los otros cuatro, su
tripulación normal de tres hombres. Todos se hallaban equipados con los
más recientes aparatos de radio y de navegación, y, además, todas las
tripulaciones eran expertas.
A las
14.2 el primer avión se elevó en el aire, y seis minutos más tarde, los
cinco aparatos se alejaban en formación, a una velocidad de crucero de
450 kilómetros por hora.
A las
15.45, cuando en el camino de regreso los pilotos y navegantes hubieran
debido iniciar normalmente el procedimiento de llegada, la base de radio
recibió un mensaje urgente del comandante de la escuadrilla; un mensaje
radiofónico que fue grabado inmediatamente, y que de cuando en cuando
los expertos suelen escuchar todavía hoy... El comandante decía: -No
vemos la tierra... No podemos estar seguros de nuestra posición...
Fue un
estupor inmediato. No solamnete reinaba buen tiempo, sin viento
apreciable, sino que la visibilidad era perfecta; no solamante el
comandante hablaba de manera extraña, sino que no seguía ninguna de las
instrucciones de procedimiento que, sin embargo, conocía tan bien. Tan
fácilmente habría podido pedir un punto fijo. ¿Cómo explicar
que los otros cuatro navegantes tampoco pudieran establecerlo?
La
base, y luego los demás puestos alertados, llamaron en vano a los cinco
aviones; desde varios puntos fue posible escuchar cómo conversaban entre
ellos, planteándose preguntas extrañas, incluso absurdas. También fue
en vano que la radiogoniometría (similar al sistema GPS actual, pero en
esa época se realizaba triangulando estaciones radiales) intentara fijar
su posición.
Lo más
extraño se produjo un poco más tarde, cuando en sus puestos de escucha
los oficiales radiotelegrafistas oyeron que el comandante de la patrulla
de los cinco aviones pasaba su comando a otro. A las 16.25 se registró
el último mensaje de uno de los pilotos, que decía:
-No
sabemos exactamente dónde nos encontramos... El mar es extraño...
Estamos alrededor de 225 millas al nordeste de nuestra base... Parece
que estamos... Después el silencio.
En los minutos que siguieron, se desencadenó el alerta general, y un gran hidroavión Martin,
con todo un equipo de salvataje y una tripulación de trece hombres
despegó rumbo al mar. Menos de diez minutos más tarde, no respondía a
los llamados de la radio; había también desaparecido.
El portaviones
Solomons,
que se encontraba en esa zona, intervino lanzando todos sus aviones en
condiciones de despegar. En menos de veinticuatro horas, más de cien
naves y 300 aviones recorrían el océano. El tiempo era constantemente
bueno, y en nada dificultaba las búsquedas, que duraron más de dos
semanas, sin el menor resultado.
No se
encontraron restos de ninguna clase. Reunidos durante varias semanas,
los expertos de la comisión de investigaciones no lograron descubrir la
menor razón que pudiera haber impedido a cinco pilotos lanzar un SOS,
así fuera en el último segundo. Jamás se supo lo que pudo haber ocurrido
al gran hidroavión de auxilio, que tan fácilmente hubiera podido
posarse en el agua. ¿Por qué ninguno de sus aviadores saltó
en paracaídas?
El
informe de la comisión de investigaciones concluía, después de solamente
una larga enumeración de preguntas: "No somos ni siquiera capaces de
adivinar lo que realmente ha ocurrido".
Usted, estimado lector, ¿tiene alguna explicación para estos hechos?
rédulo. Si usted tampoco cree,
trate de explicarlos.
EL ENIGMA DEL EMBAJADOR
Una
de las más extrañas, verdadero clásico del género, fue la de aquel
diplomático británico, Benjamín Bathurst, llamado desde su puesto de
embajador en la corte de Viena, y que enviaje a Londres desapareció ante
las mismas narices de su criado y de una docena de personas más, el 25
de niviembre de 1809. Al llegar poco después de mediodía a Peleburg,
pequeña aldea alemana, el embajador bajó de su carroza de viaje, para
estirar las piernas y presenciar el cambio de caballos, los observaba
con mirada de experto, frente al soleado albergue. Dio la vuelta
alrededor del palafrenero que uncía los caballos, pasó por detrás de
ellos... y desapareció!. En este sitio no había más que un muro liso,
ninguna puerta ni matorral, nada..., pero el embajador de Gran Bretaña
no estaba más. Tras un primer momento de comprensible estupor, todo el
mundo se precipitó allí; mientras su criado abría la carroza, buscaba
debajo y hasta el cofre de equipajes, los demás testigos corrieron en
todas direcciones. El albergue, la caballeriza, las cacas vecinas; todos
los alrededores fueron registrados, primero, por los testigos y quienes
acudieron a sus llamados; luego por las autoridades y el ejército. El
embajador Benjamín Bathurst parecía haber pasado a otra dimensión, sin
que jamás se volvieran a encontrar rastros de él. Cuando se reconstruyó
minuciosamente la escena, con los mismos testigos y los mismos caballos,
se comprobó que pese a haber dado la vuelta alrededor del palafrenero y
los caballos, Bathurts no había estado en ningún sitio oculto a la
vista de dos o tres testigos, por lo menos.
EL GRANJERO DE TENNESSE (ESTADOS UNIDOS)
El
23 de setiembre de 1880, David Lang, granjero de los alrededores de
Tennesse, desapareció en medio de un campo, a pleno Sol, cuando caminaba
hacia su esposa y sus hijos que se encontraban a pocos metros de él,
como así también a menos de cincuenta metros de la ruta, adonde llegaba
en esos momentos, en coche, un amigo de la familia, el juez August Peck.
Los niños vieron al juez y a su padre, que levantó la mano, gritando:
- Hola Augusto!
Fueron sus últimas palabras, pues antes de bajar el brazo, desapareció.
La
señora Lang lanzó un grito y se precipitó hacia el sitio donde había
visto por última vez a su marido. El juez Peck llegó corriendo. La
espesa niebla no ocultaba el menor agujero, no había arbusto ni árbol a
menos de cincuenta metros.
Puesto
sobre aviso, acudió todo el vecindario, y algunos hombres se dedicaron a
sondear el terreno, llegando a perforarlo. Encontraron buena tierra y,
dos metros más abajo, terreno calcáreo, pero ni el menor rastro de
huecos ni de antiguas excavaciones.
En la
primavera siguiente, Sarah, la hija del desdichado desaparecido, notó al
cruzar el campo que no había sido tocado más que el punto exacto donde
su padre había abandonado nuestro mundo tridimensional; que la hierba
había quedado amarilla, formando una mancha redonda de tres metros de
diámetro, mientras que por todas partes la hierba brotaba verde. Corrió a
avidar a su madre y a unos vecinos, que no pudieron hacer otra cosa que
verificar el hecho.
EL GRITO DE OLIVER THOMAS
He aquí ahora la historia de un niño que desapareció en pleno día, pero que de todos modos desapareció de manera inexplicable.
En las
colinas cubiertas de nieve, unos kilómetros al sur de la pequeña aldea
de Brecon, en el país de Gales, Owen Thomas, su familia y amigos del
vecindario, se encontraban reunidos en la amplia cocina de su granja,
durante la velada del 24 de diciembre de 1909. El ponche humeaba sobre
la mesa grande; a su alrededor, los ojos de los niños que pudieron
resistir al sueño, relucían cada vez, en la que la señora Thomas
demostraba siempre ser una cocinera perfecta.
Alrededor
del fuego estaban sentados el pastor del poblado vecino, el veterinario
de esa localidad, el comisario de Brecon y sus familias; en total, unas
quince personas.
Poco
antes de las once de la noche, la señora Thomas pidió a su hijo Oliver,
de once años de edad, que fuera hasta el pozo en busca de agua, y le
entregó un balde de agua vacío. El niño se puso zapatones, pues fuera la
nieve tenía unos diez centímetros de espesor. Hacía un momento que
había dejado de caer, y comenzaban a brillar las estrellas. Su madre le
envolvió el cuello con una bufanda, pues empezaba a helar. Oliver tomó
el bald y salió. Nadie volvió jamás a verlo. Menos de diez segundos
después de haber cerrado la puerta al salir, todos lo oyeron lanzar un
alarido y luego gritar pidiendo socorro.
-Un
lobo! -exclamo Owen Thomas, echando mano al fusil que colgaba sobre la
chimenea, mientras el veterinario y el pastor llegaban a la puerta.
Otro
granjero los siguió con una linterna. Fuera no vieron nada; pero
quedaron helados de horror al oir los alaridos desesperados del pequeño
Oliver en la noche, por encima de sus cabezas. El niño gritaba: -Me
atraparon! Socorro! Socorro!
Los gritos y llamados continuaron durante casi un minuto, aunque disminuían de intensidad como si el niño subiera más y más...
-Vengan todos conmigo! -gritó el pastor, tomando la lámpara. -Sigamos las huellas del pequeño!
Las
huellas, que eran normales, mostraban claramente que el niño se había
dirigido hacia el pozo; pero cesaban bruscamente a unos veinte metros de
la casa, como si Oliver hubiera sido arrancado de la tierra. A dos
metros fue allado el balde, soltado por él.
Al alba
llegaron los policías de Brecon. A pedido del pastor, se había trazado
un amplio círculo alrededor de las huellas del niño desaparecido.
Desconfiados,
los policías se encogieron de hombros y comenzaron por bajar al pozo.
Inmediatamente registraron toda la casa y sus dependencias, y luego, los
alrededores; pero fueron vanas sus búsquedas. Durante la investigación
oficial, los testigos no pudieron sino repetir lo visto y oído por
ellos.
Los
casos sin explicación, nunca quedan realmente archivados por la policía
inglesa, y el legajo de Oliver Thomas se encuentra todavía hoy, junto
con una cantidad importante de legajos similares, en uno de los
diecisiete armarios cuyas puertas metálicas están marcados con un
pequeño signo de interrogación, en los nuevos edificios de Scotlan Yard.
Éstas
son desapariciones relativamente simples, ya que existen otras aún más
extrañas, si no misteriosas; desapariciones de grupos de personas y
cosas. Veamos algunos ejemplos.
UNIDADES MILITARES DESAPARECIDAS
En
1907, en momentos en que el achiduque Carlos se aprestaba a invadir a
España, 4.000 aguerridos hombres acamparon una tarde a orillas de un
abismo pirenaico. Al alba del día siguiente levantaron campamento, y
partieron a buen paso hacia la montaña. No solamente nadie volvió a
verlos, sino que no se halló jamás el menor rastro de sus armas y
bagajes.
A comienzos de la invasión a Cochinchina por Francia, en 1858, una unidad de 650 zuavos (1)
que avanzaban arma al hombro a través de la extensa llanura, y a menos
de veinte kilómetros de Saigón, desaparecieron sin haberse escuchado el
menor disparo. En un momento dado estaban allí, en marcha, y de pronto
se esfumaron. Otro grupo que los seguía a menos de dos kilómetros, no
oyó nada ni descubrió el menor rastro de los 650 soldados.
Otro ejemplo, es el del 5º batallón del regimiento de Norfolk, que fuera declarado desaparecido
en acción durante los combates librados en la península de Gallípoli
(Turquía), el 21 de agosto de 1915. En esa fecha, dicho batallón había
participado en un ataque de apoyo al cuerpo de los Anzac (2), que no lograba tomar un objetivo denominado La Colina 60,
sita al sur de la bahía de Suvla, de cuyo combate no regresó ningún
hombre. Así, lo primero que exigió Gran Bretaña de Turquía, cuando ésta
capituló en 1918, fue la devolución de los prisioneros del 5º
batallón del regimiento de Norfolk que tuviera en su poder. Pero los
turcos jamás habían oído hablar de dicha unidad, ni habían tenido nunca
entre sus prisioneros a ingleses que pertenecieran al mismo. Más aún:
afiemaban no haber hecho un solo prisionero el 21 de agosto de 1915.
Esta declaración no sorprendió a todos, pues no faltaban testigos de la desaparición
del 5º de Norfolk, o al menos de lo que restaba (alrededor de
400 hombres) en el momento del ataque a la famosa Colina 60. He aquí lo
que relata uno de dichos testigos, el zapador neocelandés F. Reichart:
"El día
amaneció claro, sin una sola nube, a excepción, sin embargo, de seis u
ocho nubes en forma de "pan" estacionadas por encima de la Colina 60. Se
observó que pese a un viento del sur de seis o siete kilómetros por
hora, dichas nubes no cambiaban de lugar ni de forma. De nuestro puesto,
situado a una altura de alrededor de 500 pies (150 metros), a unos 300
(90 metros) de la Colina 60, podía verse otra nube de la misma forma,
que parecía arrastrarse por el suelo. Podía tener unos 800 pies (240
metros) de largo, por 200 (60 metros) de altura. A poca distancia de la
zona de combate, dicha nube parecía sumamente densa, casi sólida, y
reflejaba la luz del Sol. Varios centenares de hombres del 5º
de Norflk remontaban el lecho de un torrente seco que conducía hacia la
Colina 60, en parte cubierta por esa nube. Se internaron en ella sin
vacilar..., mas ninguno salió jamás para tomar posición y combatir sobre
la famosa Colina 60. Cuando el último hombre hubo desaparecido, la nube
se elevó lentamente como cualquier niebla; pero, conservando su forma,
subió hasta la altura de las demás nubes. Entonces el conjunto de las
nubes partió lentamente en dirección al norte. Sobre el terreno ya no
quedaba ni un solo hombre, ningún arma... nada!"
(1) Zuavo:
Soldado de infantería de origen argelino, que prestaba servicio en el
ejército colonial de Francia, y que vestía el uniforme típico de los
mismos.
(2) Ansac: Cuerpo de ejército de las fuerzas británicas, de origen australiano y neocelandés.
UN PROBLEMA DE LA POLICIA MONTADA
¿Qué
decir, también, de ese poblado esquimal cuyos habitantes desaparecieron
todos un buen día, para no reaparecer jamás en este mundo? Una mañana
de noviembre de 1930, cuando el frío comenzaba a ser más intenso en todo
el Gran Norte canadiense, Joe Labelle y sus perros llegaron a la vista
de una aldea esquimal que conocía bien, a orillas del lago Angikuni, en
las proximidades del paralelo 70 y a unos 300 kilómetros al oeste de la
bahía de Hudson. A excepción de algunas pieles agitadas por el viento
proveniente del lago ya helado, nada se movía en la aldea; ningún perro
ladraba, ninguna humareda ascendía hacia el cielo gris pizarra.
Joe
Labelle pasó una hora buscando huellas, alguna indicación de lo hubiera
podido ocurrirles a los esquimales. Sobre los fuegos apagados estaban
todavía suspendidas las ollas con alimentos helados. Pero el desorden
parecía normal; no había ninguna señal de preparativos de partida. En
una carpa de piel a medio confeccionar, que tenían todavía dentro la
aguja de hueso y el ovillo de cuero que probablemente una mujer había
dejado tranquilamente, antes de salir de la carpa. Sólo los kayacs,
desplazados por el viento y despanzurrados por piedras a orillas del
lago, parecían indicar que la partida databa ya de cierto tiempo. Joe
Labelle llamó a sus perros con un silbido, y tomó la larga ruta hacia el
fuerte Churchill, 800 kilómetros al sur, donde hallaría un puesto de la
famosa Policía Montada del Canadá.
Los
policías regresaron con él al sitio en cuestión y pasaron varios días
buscando el menor indicio. Descubrieron las armas de los esquimales
intactas en sus carpas, y así el misterio se volvió más profundo, pues
para un esquimal su fusil es todo, dado que, prácticamente, no lo
abandona jamás. Trineos, raquetas para nieve, todo estaba en su sitio.
Por consiguiente, todos, hombres, mujeres y niños, habían partido a pie.
Al principio se creyó que habían llebado consigo a sus perros; pero al
tercer día, uno de los policías los descubrió bajo un montículo de
nieve. Sujetos a estacas, después de haberse devorado mutuamente, los
perros habían muerto de hambre.
Bajo
otros túmulos, donde desde hacía largos años los esquimales de aquella
aldea enterraban a sus muertos, se encontraron rastros de excavaciones,
pero ningún esqueleto, los cadáveres habían sido llebados.
Finalmente,
los policías situaron el misterioso suceso hacia principios del
inviero. En las ollas colgadas todavía sobre los fuegos apagados,
hallaron ciertas moras que se ponen a cocer en esa época en el Gran
Norte.
¿Por
qué aquellos hombres y mujeres, alrededor de una cincuentena, habían
salido todos una mañana de sus carpas? ¿Por qué habían
partido todos sin llevarse ropas, alimentos, armas; lo cual, a
principios del invierno en el Gran Norte, equivale a un suicidio?
¿Por qué habían desenterrado a sus muertos, o quién los había
desenterrado?
Es
conocida la reputación de tenacidad de la Policía Montada canadiense.
Interrogaron a todos los esquimales de la zona, alertaron a todos los
tramperos, enviaron agentes sobre millares de kilómetros de nieve y
hielo. Unos nadadores sondearon incluso las heladas aguas del lago
Ankuni, a orillas del poblado, pese a que la presencia de los kayacs
demostraban muy bien que los esquimales no habían partido por agua. No
se halló jamás el menor rastro, y, finalmente el legajo de este caso
permanece abierto en el cuartel general de la Policía Montada, puesto que no ha sido solucionado.
LOS MISTERIOS DEL "SKY - TRAP"
Cuando
un barco o un avión desaparecen, por misterioso y extraño que esto
parezca, se puede imaginar siempre un accidente, una caída brutal. Pero
cuando, sistemáticamente, aviones o naves desaparecen en determinadas
zonas, determinados sectores o rincones del mundo, entonces uno se
estremece y piensa en otra cosa.
Por
ejemplo, hay un sector del océano Atlantico, en las proximidades de las
costas norteamericanas, donde día y noche navegan numerosos barcos y
vuelan aviones, y donde, más o menos regularmente, barcos y aviones
desaparecen sin dejar el menor rastro. Esta sky - rap, como le
dicen los investigadores norteamericanos (trampa en el cielo), se sitúa
grosso modo en el triángulo Florida - Bermudas - Haití. He aquí algunos
ejemplos de desapariciones de aviones.
La que
tuvo mayor repercución, puesto que se trataba no de uno, sino de cinco
aparatos perfectamente equipados, que pudieron ser seguidos y escuchados
por radio, fue la desaparición de los cinco bombarderos - torpederos Avengers de la aviación naval norteamericana.
El 5 de
diciembre de 1945, cinco Avengers despegaron de la base de Fuerte
Lauderdale, en Florida, para un vuelo de entrenamiento de unas dos
horas. Los pilotos debían alejarse hacia el este unas 160 millas,
remontar al norte una cuarentena de millas, para luego regresar a su
base. Se trataba de un vuelo normal de entrenamiento, que los pilotos
conocían bien, por haberlo hecho a menudo, y que con buen tiempo no
ofrecía la menor dificultad, en razón de que siempre estaban a la vista
de la costa de las islas vecinas.
Uno de
los aparatos llevaba dos hombres a bordo; los otros cuatro, su
tripulación normal de tres hombres. Todos se hallaban equipados con los
más recientes aparatos de radio y de navegación, y, además, todas las
tripulaciones eran expertas.
A las
14.2 el primer avión se elevó en el aire, y seis minutos más tarde, los
cinco aparatos se alejaban en formación, a una velocidad de crucero de
450 kilómetros por hora.
A las
15.45, cuando en el camino de regreso los pilotos y navegantes hubieran
debido iniciar normalmente el procedimiento de llegada, la base de radio
recibió un mensaje urgente del comandante de la escuadrilla; un mensaje
radiofónico que fue grabado inmediatamente, y que de cuando en cuando
los expertos suelen escuchar todavía hoy... El comandante decía: -No
vemos la tierra... No podemos estar seguros de nuestra posición...
Fue un
estupor inmediato. No solamnete reinaba buen tiempo, sin viento
apreciable, sino que la visibilidad era perfecta; no solamante el
comandante hablaba de manera extraña, sino que no seguía ninguna de las
instrucciones de procedimiento que, sin embargo, conocía tan bien. Tan
fácilmente habría podido pedir un punto fijo. ¿Cómo explicar
que los otros cuatro navegantes tampoco pudieran establecerlo?
La
base, y luego los demás puestos alertados, llamaron en vano a los cinco
aviones; desde varios puntos fue posible escuchar cómo conversaban entre
ellos, planteándose preguntas extrañas, incluso absurdas. También fue
en vano que la radiogoniometría (similar al sistema GPS actual, pero en
esa época se realizaba triangulando estaciones radiales) intentara fijar
su posición.
Lo más
extraño se produjo un poco más tarde, cuando en sus puestos de escucha
los oficiales radiotelegrafistas oyeron que el comandante de la patrulla
de los cinco aviones pasaba su comando a otro. A las 16.25 se registró
el último mensaje de uno de los pilotos, que decía:
-No
sabemos exactamente dónde nos encontramos... El mar es extraño...
Estamos alrededor de 225 millas al nordeste de nuestra base... Parece
que estamos... Después el silencio.
En los minutos que siguieron, se desencadenó el alerta general, y un gran hidroavión Martin,
con todo un equipo de salvataje y una tripulación de trece hombres
despegó rumbo al mar. Menos de diez minutos más tarde, no respondía a
los llamados de la radio; había también desaparecido.
El portaviones
Solomons,
que se encontraba en esa zona, intervino lanzando todos sus aviones en
condiciones de despegar. En menos de veinticuatro horas, más de cien
naves y 300 aviones recorrían el océano. El tiempo era constantemente
bueno, y en nada dificultaba las búsquedas, que duraron más de dos
semanas, sin el menor resultado.
No se
encontraron restos de ninguna clase. Reunidos durante varias semanas,
los expertos de la comisión de investigaciones no lograron descubrir la
menor razón que pudiera haber impedido a cinco pilotos lanzar un SOS,
así fuera en el último segundo. Jamás se supo lo que pudo haber ocurrido
al gran hidroavión de auxilio, que tan fácilmente hubiera podido
posarse en el agua. ¿Por qué ninguno de sus aviadores saltó
en paracaídas?
El
informe de la comisión de investigaciones concluía, después de solamente
una larga enumeración de preguntas: "No somos ni siquiera capaces de
adivinar lo que realmente ha ocurrido".
Usted, estimado lector, ¿tiene alguna explicación para estos hechos?
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