BALÁBAC, Filipinas — El día de noviembre en que desapareció Cornelio Bonite, la gente vio a un cocodrilo en el agua con el brazo de una persona entre sus fauces.
“Fue como si estuviera alardeando”, dijo Efren Portades, de 67 años, un vigilante en la ciudad de Balábac, una pantanosa comunidad isleña en Filipinas cerca de la frontera marítima con Malasia, quien encabezó la búsqueda de Bonite, un pescador de 33 años.
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El mes anterior, otro cocodrilo —o el mismo, pues nadie lo sabe con certeza— había tomado a Parsi Diaz, de 16 años, por el muslo después de que saltó a la bahía para nadar. Ella pudo escapar.
Un año antes de eso, una adolescente de 12 años había sido atacada mientras cruzaba un río. Unos meses después, el tío de esa niña fue desgarrado por la mitad.
Además, más perros y cabras de los que podrían contarse habían sido devorados en las costas de Balábac.
Algunas personas estaban listas para vengarse.
“Quería hacer estallar al cocodrilo”, dijo Portades, que pretendía usar dinamita (que algunos aldeanos utilizan para pescar) con el fin de matar al cocodrilo. “Pueden arrestarme si quieren; yo responderé a las acusaciones. Amo a la gente que vive aquí”.
Los cocodrilos de agua salada alguna vez recorrieron el territorio de Filipinas, pero después de un siglo de destrucción de su hábitat, pesca con dinamita y caza han quedado en tan solo algunos lugares. Ahora son una especie protegida.
Sin embargo, el número de sus poblaciones se está recuperando, aunque los asentamientos humanos que están cerca de donde viven sigan creciendo.
Eso implica más encuentros entre personas y cocodrilos, y más incidentes que terminan muy mal.
En Balábac, los cocodrilos se han vuelto parte de la cotidianeidad.
Cada año desde 2015, ha habido un ataque mortífero en la ciudad, lo cual obliga a las autoridades a capturar a otro “cocodrilo problemático”, dijo Jovic Fabello del Consejo de Palawan para el Desarrollo Sustentable, una agencia gubernamental en la provincia de Palawan, que incluye a la población de Balábac.
Tan solo el mes pasado, un niño de 12 años fue atacado en Balábac, pero sobrevivió.
Para empeorar las cosas, los aldeanos de Balábac, y de otras partes, han estado extrayendo corteza de manglar, que se vende ilegalmente a compradores transnacionales y puede utilizarse para la fabricación de tinte para cuero. Eso afecta el hábitat de los cocodrilos, por lo que los depredadores se acercan más a las ciudades y las aldeas.
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