En 1946, el muralista mexicano Diego Rivera invitó a Rina Lazo, una de sus asistentes, a almorzar en su casa con él y su esposa, la pintora Frida Kahlo. Lazo tenía 23 años y apenas llevaba unos meses en México. La joven aceptó.
Ese día, Kahlo sirvió un tradicional almuerzo picante mexicano… de hecho, estaba tan picante que Lazo, originaria de Guatemala, no pudo disfrutarlo.
Después, Lazo recordó que Rivera le dijo: “Rina, si usted no aprende a comer picante no va a poder pintar bien”.
Lazo no entendió cuál era la relación entre la comida y el arte.
Aun así, consideró a Rivera un mentor y se tomó el comentario muy en serio. Pasaron años antes de que dilucidara a qué se refería, lo cual resumió en un ensayo de 2012 para el boletín Crónicas, publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México:
“Si usted no aprecia bien nuestra comida, nuestras costumbres, nuestras tradiciones, nuestra cultura, no va a poder reflejar en su pintura lo más profundo del pueblo mexicano”.
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Lazo vivió en México por el resto de su vida como asistente de Rivera hasta que él falleció; mientras tanto ella encontraba su propia voz como artista. El muralismo mexicano le enseñó la importancia de expresar una conciencia política y social, pero ella suavizó el activismo que era usual en la época posrevolucionaria. En sus pinturas alegóricas, grabados y murales con una paleta sutil y a la vez rica en colorido, Lazo celebró las culturas mesoamericanas, en especial la maya, y la abundancia espiritual del mundo natural.
Al momento de su fallecimiento, el 1 de noviembre a los 96 años, era una artista reconocida tanto en su país natal como en los países que adoptó.
Su hija, Rina García Lazo, confirmó su muerte en su casa en
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