n podría ayudarle a configurar su personalidad como futura profesional.
Esto es lo que ha vivido y a continuación cuenta Miranda:
“Enfrentarnos al COVID-19 ha sido como ir a la guerra con pocos soldados y armas. Todo un reto. La verdad es que solo cada familia conoce lo que pasa a puertas cerradas, las vicisitudes que ha tenido que atravesar y lo que éstas conllevan. En lo personal, siendo estudiante universitaria, adaptarme a una modalidad virtual ha sido una odisea. Y sí, soy joven, una condición que me beneficia, pues me resulta fácil hacer uso de la tecnología.
Sin embargo, lo traumático de la situación es precisamente que no todos los docentes cuentan con el conocimiento requerido para navegar por estas aguas que resultan turbias a aquellas personas que en una gran parte de su vida han trabajado con métodos análogos. A todo esto hay que sumarle el poco tiempo en el que han tenido que migrar sus clases a esta nueva modalidad. En mi caso, desempeñar el rol de ‘asistente’ para varios maestros es parte de la rutina que he llevado en mi vida universitaria y este nuevo cuatrimestre no ha sido la excepción.
Puedo decir que hasta he sido promovida a “maestra”, me ha tocado aprender para enseñar; aprender a utilizar las plataformas virtuales que ha dispuesto la casa de estudio a la que pertenezco, para poder subsanar los efectos que el desconocimiento causa en algunos de mis docentes. Valiéndome de videollamadas, mi computador y todo lo que tenga a mi alcance, he podido contribuir a que salgamos a camino.
Me ha tocado diseñar el programa de clases que tanto mis compañeros como yo debemos recibir y complementar para poder aprobar la materia. También, asistir a todas las clases virtuales de las diversas secciones que manejan los maestros a los que les doy soporte; tomar la asistencia, diseñar presentaciones explicativas sobre los contenidos de las materias, fungir como “mensajería instantánea” entre docentes, estudiantes y la escuela de mi carrera.
Asimismo, crear reuniones de Zoom cuando la plataforma se cae para que la clase de ese día no se pierda, corregir las asignaciones, supervisar que todos los estudiantes entiendan y no tengan dudas respecto a lo que se debe hacer, pues de por sí esa brecha que teníamos para aclarar las confusiones durante las clases presenciales es prácticamente inexistente. Tener que redactar un correo y esperar a que el maestro, por obra y gracia de una fuerza mayor, lo lea a tiempo, es desgastante.
Los niveles de estrés, ansiedad y desesperación exceden lo humanamente posible. Jamás pensé verme envuelta en esta situación; nadie en realidad, pero es que resulta un calvario intentar mantener la calma y actuar como si todo estuviese normal, no es sencillo. La calidad de las clases no es la misma, pues asignaturas que están cargadas de material práctico se han visto afectadas y, por ende, nosotros como estudiantes también.
Finalmente, ser estudiantes hoy día no es una tarea fácil; impartir las clases, menos. Pero, ¿ser ambas cosas al mismo tiempo? Eso sí que rompe los esquemas. Ah, y si todavía no ha quedado claro, debo cumplir con todas las asignaciones. Ser asistente, maestra o como me quieran llamar, no significa que quedo exenta de cumplir con mis deberes. Soy una cuasi profesional que ansía poder regresar al curso normal de su vida universitaria
RELATO
Experiencias.
Conozco el caso de algunas amigas que, además de estudiantes, son profesoras y deben asumir una doble “adaptación”. Deben preparar su plataforma para impartir sus clases virtuales, y cuando les toca tomar las suyas deben lidiar con otra realidad. En conclusión, la vida universitaria, tanto para estudiantes como para docentes, se ha convertido en una carrera hacia el estrés y la frustración, la que sin duda alguna nos pone en riesgo de padecer cualquier trastorno psicológico.
Me ha tocado diseñar el programa de clases que tanto mis compañeros como yo debemos recibir y complementar para poder aprobar la materia.
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