La primera máscara del mundo pudo ser artificial. Pero no lo fue. El hombre primitivo se encargó de transformar la historia a su imagen y semejanza. En las oscuras cavernas del paleolítico, aquel antepasado nuestro descubrió una forma de “enmascararse” al pintar su rostro hasta lograr duplicarlo en tonalidades desconocidas. Lo hizo en honor a Dios, como símbolo de la belleza y del desdoblamiento, toda vez que entendía que su cuerpo era demasiado impuro como para rendir tributo a lo desconocido. Por eso dedujo que “cambiándose el rostro”, sus rezos y bailes podrían ser recibidos en el más allá con una mirada más circunstancial.
A partir de ese momento, el hombre descubrió que podía “cambiar” cuando su rostro fuera recubierto o transformado. Solo que todavía no comprendía que el alma humana era una sola, indivisible, y que no podía portar un antifaz. Por el contrario, la transformación de la espiritualidad requería de momentos especiales provocados, por las mutaciones del alma. Por muchas certezas que hallara en su camino, al final el alma siempre sería una e indivisible, es decir, enemiga de las máscaras.
Esas noticias llegaron con cierto grado de autenticidad a nuestros días gracias a las pinturas rupestres. Estas reproducían a hombres que escondían sus rostros con extraños atuendos.
Con el paso del tiempo, ese mismo hombre cubrió su rostro con entramados de diversos orígenes: paja, madera, cortezas de los árboles, hojas de maíz, piel de animales, cráneos y piedras hasta la llegada del papel, el cartón y el plástico. Bajo esas nuevas armas, comenzaron las máscaras el proceso de seducción.
Los egipcios la empleaban mucho para grabar el rostro de sus muertos. Y ayer, al igual que hoy, las máscaras se elaboraban de acuerdo a los recursos de su portador. Podían contener, desde láminas de oro hasta fango. Aunque el fin era el mismo. Todavía aún en muchos lugares no han dejado de usarlas o emplearlas como elemento decorativo. A partir de la Era Romana, las máscaras fueron elementos cercanos al teatro, al deporte y a las fiestas profanas. Esa tradición continuó hasta afianzarse en la modernidad.
La República Dominicana
Las máscaras han estado presentes en la historia nacional. Junto a los elementos antes mencionados, se puede incluir la función social que pueden jugar en la cultura, en la economía, en la conducta humana y en la lucha política. Fueron los Trinitarios, a partir del surgimiento de la sociedad cultural “La Dramática”, quienes empleaban las máscaras como elemento complementario de la actuación de sus protagonistas. De esta forma, aquellos intérpretes podían ocultar su identidad de manera transitoria para impedir que las actividades conspirativas en las que se encontraban vinculados, fueran descubiertas por las autoridades de turno.
En la Guerra de Abril, una de las agrupaciones culturales creadas con el fin de popularizar la cultura a través de la efervescencia social del momento histórico, se llamó “La Máscara” y que estuvo integrada por jóvenes actores, pintores y escritores, entre ellos, el conocido artista Ángel Haché.
En nuestros días, la máscara no solo sigue vigente como figura central del rito del carnaval sino como elemento anecdótico de nuestra cultura, a través de estampas publicitarias donde se simbolizan elementos de la identidad nacional. Jack Veneno dio cátedras de su depurado estilo de luchador al vencer a cuanto enmascarado subiera al cuadrilátero del parque Eugenio María de Hostos. También el coleccionismo privado ha incentivado la máscara como reliquia de valor dentro de estampillas postales, monedas, ceniceros, así como en souvenirs y artesanías.
La actriz Germana Quintana mantiene con tesón y denuedo, a pesar de las adversidades de la Era Global, la sala de teatro “Las máscaras” en la ciudad colonial, donde de manera habitual suceden presentaciones escénicas.
Comentarios