Guillermo Pérez
Desde el asesinato del presidente haitiano Jovenel Moise, la madrugada del 7 de este mes, los ojos y la atención del mundo han girado sobre la policía de ese país.
Y del otro lado, sobre la justicia, a espera de respuesta a sus urticantes preguntas al cuerpo policial, para que explique dónde estaba, qué hizo y cómo se salvó la unidad de seguridad que debió proteger al presidente del ataque mortal en su propia residencia.
Todo lo que se ha tejido detrás de este caso sigue haciendo de este traumático suceso un patético embrollo que, quizás, al final, nadie conozca jamás toda la verdad.
Se ha difundido que los mercenarios fueron reclutados por Charles Emmanuel Sanon, ahora detenido por la policía haitiana, y de quien se afirma es el presunto “cerebro” del magnicidio, mediante la empresa CTU Security LLC, con sede en Miami, Estados Unidos, que habría gestionado el traslado de los individuos.
No importado lo que pueda establecer un día el reporte final sobre esta tragedia, el asesinato de Moise ya está atrapado en la creencia de que su propia seguridad acabó consu vida, y que el comando señalado como ejecutor del magnicidio podría ser una coartada para algunos saltar culpas y proclamar inocencias.
Otros, en cambió, aceptarán que aquellos que tiraron del gatillo siguen siendo asesinos exteriores pagados.
¿Por qué no van?
Mientras tanto, en la confabulación interna, el jefe de seguridad del palacio presidencial, Dimitri Hérard, que ya se negó declarar ante la Fiscalía; el inspector Amazan Paul Eddy, responsable del CAT Team, y el comisario Jean Laguel, coordinador general de la seguridad presidencial, habrían abierto las vías para el acceso sin resistencia a la casa de la familia deMoises.
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